domingo, 15 de junio de 2008

La casa del cementerio


Un grito interrumpió la especial aventura de piratas que estábamos viviendo, mis hermanos y yo, un cierto día de verano.

Vengan acáaa!
Vengan....rápido!

Era mamá que mostraba un inusual enojo.
Cuando llegamos a casa, a uno por uno, nos fue tirando de las orejas o de los pocos cabellos cortitos que teníamos.

No los quiero ver más allí! - Nos decía muy enojada.
La próxima vez que alguno pase la raya de esos postes, va a cobrar! - Nos amenazaba, señalándonos un límite que nunca, hasta entonces, habíamos tenido, ya que, desde que recuerdo, vivíamos libres en el monte, en el campo, o en el pueblo.
Solo teníamos que estar en casa, a la tardecita, porque llegaba papá y nos tenía que ver bañados y listos para cenar he ir a dormir.




Acabábamos de mudarnos de casa y mientras mamá, mis hermanas y los más pequeños, acomodaban las pocas cosas que teníamos, Caddy, Nito y yo nos habíamos ido a vagabundear y explorar por el patio de atrás.
Descubrimos, entonces, unas construcciones rectangulares de distintos tamaños y alturas, la mayoría blanqueadas a la cal y con algunos adornos y floreros desparramados en los costados o en un extremo.
Entre ellas, en algunos sectores, solo encontrábamos cruces de hierro o de madera, clavadas en el suelo y también rodeadas de adornos y floreros.

Pudimos sacar un par de ellas, que estaban flojas, y las convertimos en espadas con las que luchábamos gritando, saltando, subiendo y bajando, de lo que nos imaginamos eran nuestras naves corsarias.
No era muy común para nosotros, este tipo de fantasías y juegos, pero coincidió que el día anterior, mi hermana Mega, nos había llevado al pueblo a ver una película de piratas.

Ya habíamos estado en el cine un par de veces, viendo películas de Tarzán y la de los Tres Chiflados, pero una de piratas nunca….
Así que aún manteníamos vivo el recuerdo de Sandokán luchando, y de hecho se había convertido en mi héroe.

Mega… porqué no podemos ir allí? – le pregunté a mi hermana mayor, que siempre lidiaba con nosotros, ayudando a mamá a bañarnos y con los deberes de la escuela.

Porque son las casas de los muertos! – me dijo
Las casas de los muertos? Qué son los muertos? Pregunté intrigado.

Los que están dentro de esas tumbas! Los que no viven, no caminan, no respiran!...

La cosa quedó allí, bastante confusa para mí, porque nunca había visto un muerto.
Pero el recuerdo de haber escuchado antes que fulano o mengano se habían muerto empezó a aparecer en mis pensamientos.
Pasó el verano y se abrió la escuela.
Ahora nos quedaba un poco más lejos. Pero íbamos todos juntos, encontrando amigos en el camino, gritando, corriendo, siempre muy contentos.

De vuelta pasábamos por el almacén del Gallego y nos comprábamos un sanwich de mortadela para los tres, con unas monedas que Mega dejaba caer en el bolsillo de alguno de nosotros.
El hombre nos vendía uno muy grande y muy cargado y luego nos daba unos caramelos.
De yapa- decía, con cara de bueno.

Era el padre de un compañero de mi aula al que llamaban Angelillo y que siempre le pedía que lo deje ir con nosotros a nadar al río.
El gallego le decía que no, y varias veces, pero él insistía tanto, que al final cedía, pero siempre le terminaba diciendo:
Angelillo, pues… si te ahogas en el río, en cuanto vuelvas a casa… te mato!.









Pero un día, al salir de la escuela, casi llegando al almacén, vimos salir de allí personas, algunas llorando…., otras comentaban- ...se murió de golpe, cayéndose al suelo!...

Una mujer mayor con cara de angustia dijo –
…pero era un hombre joven….no parecía enfermo!
María!..
Susana…
El gallego ha muerto!..
Mis hermanos y yo nos quedamos mudos.

Caminamos despacio, todos muy juntitos, pues sabíamos que después del almacén, al doblar la esquina, había una puerta por donde Angelillo salía.
La encontramos abierta.
Entramos en fila, primero el más grande y en el medio el más chico, mirando a todos lados y medio cohibidos.
Pasamos otra puerta y ante nuestros ojos estaba, sobre la mesa, un cajón muy grande y adentro el gallego, como dormido, con las manos juntas, los dedos cruzados… puestas sobre el pecho.

Había mucha gente, muchas flores, y algunas velas. Yo estaba a los saltos para poder verlo, porque no alcanzaba con mi estatura, a verlo completo.

Mi hermano Nito después contaba, que lo había tocado para despertarlo, y sintió que tenía la cara muy dura y muy fría.

Angelillo no estaba, tampoco su madre, y nosotros teníamos un poco de miedo, que alguien nos rete, porque nos metimos, sin permiso, a espiar un muerto.

Volvimos a casa, primero… despacio y luego, corriendo.

Ninguno hablaba… ahora entendía porqué todos lloraban, porque también yo lloraba por dentro. Y pensaba en mi amigo, que, según había escuchado de algunos parientes…. Pobrecito… se ha quedado huérfano.

Le contamos a Mami que el gallego había muerto y esa noche con mi padre se fueron a verlo, dejándonos a todos solos en la casa.


















Mega…! contanos algo de los muertos - le dije a mi hermana.
Y ella sin dudarlo nos señaló la ventana y todos nos asomamos mirando al cementerio.
Estaba muy oscuro, pero las siluetas de las tumbas blancas parecían un pueblo.
Están allí – nos decía Mega

Miren esas luces que se mueven alrededor de las tumbas….
Son las almas que se quieren escapar de los muertos…

Y como salen si está todo cerrado, preguntó Caddy.

Las almas pasan las paredes….!.le contestó mi hermana.
Pero el cuerpo necesita abrir una ventanita, para poder atraparla y llevarla de nuevo adentro.
Es por eso que no tienen que jugar allí, porque si logra sacar una mano para atrapar el alma, puede atraparlos a Uds. y meterlos adentro….. de donde nunca se sale!

Miren, miren esas luces…. Son las almas de los muertos!

Esa noche no podíamos dormir.
Llegaron mis padres y nos encontraron a muchos despiertos, peleándonos por los lugares en las camas que nos parecían más protegidos, mientras que otros, a los que el sueño los había vencido, estaban tapados hasta los cabellos.

Esto se repitió varios días, porque a pesar del miedo, pedíamos a Mega que nos cuente cuentos de muertos.
Hasta que mi madre cansada de vernos tan aterrados y tan despiertos, le ordenó a Mega que dejara de asustar los chicos y terminemos con el tema de los muertos.



Aún hoy, a gran distancia, en tiempo y espacio, de mis años de preadolescente, miro por la ventana y veo luces tenues, que danzan en la penumbra y me pregunto, ¿serán las almas que escapan de nuevos muertos?