domingo, 10 de agosto de 2008

NACK

Qué calor!- pensaba.

Eran solo las nueve y ya el ardiente sol entraba por todas las ventanas.
Estaba ansioso y aburrido, en la galería, mirando a cualquier parte. No quería estar allí…

Mis padres alquilaban una casa de madera, bastante grande, pero vieja y algo destruida. Las ventanas no se cerraban nunca. Si llovía, el agua se colaba por ellas y por muchas rendijas del techo, lo que nos obligaba a andar con “tachos” y baldes siempre a mano.
Cuando crecimos y recordábamos el momento, nos referíamos a ella, divertidos, como la “casa que goteaba”.
Era la única en toda esa manzana y el resto, un gran terreno baldío con pajonal, donde se criaban los animales domésticos y papá cultivaba algo de hortalizas.
Todo era simple y elemental. Quizás éramos pobres, pero nunca nos dimos cuenta.
Recuerdo que en ese momento estaba, como siempre, descalzo y con algunos "piques" en los pies, que me molestaban bastante, mi ropa era solo un pantalón corto, holgado, sujeto con un solo tirador atravesado, apoyado en mi hombro izquierdo. Tenía bolsillos profundos, llenos siempre de cosas pequeñas: piedritas, argollas...,”bodoques”…, migas de pan, figuritas…

Mamá se había ido muy temprano, con mis dos hermanas mayores y tres hermanos más chicos a comprarles calzado, porque empezaban las clases.
Nito y yo, quedamos cuidando a Petro, que tenía cinco años y medio y a Juan, que recién había cumplido un año, tarea bastante común para nosotros, que teníamos tantos hermanos.



No sé en qué momento Nito se fue, lo cierto es que cuando entré, ya no estaba.
Petro estaba acostado con Juan en una cama. Me pareció que dormían profundamente y que no despertarían por largo rato, así que me fui también, buscando a Nito, pensando que no estaría muy lejos de casa.
Lo encontré, allí nomás a unos pocos metros, con Ivo, cerca de la curva en la que terminaba la calle, ya que después, todo era monte.

Ivo era un amigo de Nito, de su misma edad, único hijo de padres descendientes de alemanes. Vivía a unos cien metros de casa y siempre jugaba con nosotros.
Este había traído a su perro Ram y Nito estaba con el nuestro llamado Nack.
A Nack lo encontramos un día, cerca del río. Había pasado nadando desde la otra orilla y jadeaba, muy cansado, a la sombra de unas piedras.
Cuando lo vimos, le dimos algo de migas que teníamos en los bolsillos y lo acariciamos un poco.
Cuando volvimos a casa, nos siguió y se quedó en el patio. Por suerte nadie lo echó.


Hola Ivo- dije.
Cómo andás Polaco- me contestó

Fue entonces que vimos aparecer por el lado sur del pueblo a un grupo de “mitaíses marisqueros” que venían con dos perros alborotados, que ladraban y se movían de un lado a otro.
La relación con ellos era siempre muy mala. Competíamos por todo y nos peleábamos siempre a las patadas y trompadas, revolcándonos en cualquier lado.
La diferencia entre ellos y nosotros era extrema: Nosotros éramos rubios ( “saquesú” ) y ellos morochos (cabecitas negras). También a ellos se los culpaba siempre, después de sus “mariscadas”, de la desaparición de alguna gallinácea, aunque reconozco que nosotros no éramos, tampoco, ningunos angelitos, y que nos solían, también, correr de todos lados.





Nos miramos y entendimos que no podíamos irnos, porque era cuestión de honor quedarse. Salirnos de su camino sería, seguro, para nuestros contrincantes, un signo de debilidad por parte nuestra. Y aguantar luego esa sensación de triunfo que tendrían, hubiera sido muy humillante.
Empezamos a “chumbar” a Ram y a Nack, contra ellos. No fue muy difícil ponerlos locos, eran ya bastante gruñones y revoltosos.
Ya cerca, los ladridos de las cuatro bestias juntas, se volvieron ensordecedores e impresionantes.
Nosotros atinamos a treparnos a una pila de troncos que estaba a un costado de esa calle de tierra, justo en el momento que se producía el encontronazo.
Solo se veía polvo por todos lados y el batifondo era muy grande. Volaban por el aire, cuerpos, patas, colas, pelos parados, dientes enormes, llenos de saliva, con sangre, que salpicaban por todos lados.
Y los gritos e insultos nos ensordecían a todos.










Cuando de pronto…un bulto cayó en el medio de la gresca.
Entonces veo a Petro que con ojos asustados nos miraba diciendo:
Juan... se cayó...!

Petro lo había traído de la mano y lo estaba ayudando a subir entre los troncos, donde nosotros estábamos sentados, pero el bebé no pudo sujetarse.

Estábamos tan metidos en nuestra contienda que nos olvidamos de ellos y no los escuchamos cuando llegaron.

Inconcientemente y por reflejo, bajamos a tratar de rescatar a nuestro hermano que había desaparecido debajo de esa masa de músculos y polvo, mientras un gruñido muy escalofriante hizo que chicos y perros se fueran del lugar como si los corriera el diablo, dejando ver a Juan entre las cuatro patas fuertes y poderosas de Nack, que lo protegían.

Juan no lloraba, pero estaba choqueado, solo se aferró a Nito que lo levantó entre sus brazos y nos volvimos corriendo a casa.
Casi enseguida llegó mamá con las manos llenas de paquetes. Algo tiene que haber leído en nuestras caras, porque nos preguntó si todo andaba bien.
Si - dijo Nito, encogiendo un hombro.
Yo lo tenía a Juan sobre mi falda y Petro estaba sentado en el suelo abrazado a Nack.
Mamá movió la cabeza como que no estaba muy convencida de lo que veía.
Hace mucho calor mamá- le dije.
Si -contestó - Hace mucho calor.

Todo el día estuvimos silenciosos y cabizbajos, mimando a Nack, a cada rato.
Tampoco nos volvimos a encontrar con los otros chicos.